Esta semana, una de mis compañeras de trabajo recitó un
refrán que daba justo con éste momento de mi vida.
Obviamente que no lo recitó por mí, sino que se aplicaba
más bien, a un tema que entre todas, estábamos debatiendo.
El refrán era: "A buen entendedor, pocas palabras..."
Si bien estoy acostumbrada a escuchar como otras personas
hablan, creo que en un día normal, el bullicio o las charlas
superan al silencio, que mi alma siempre está necesitando.
Como consecuencia de eso, hablo poco. Dicho de otra manera,
hablo solamente cuando estoy "muriéndome de ganas por participar"
o bien cuando "tengo algo interesante que aportar, dentro de un
ambiente amistoso, donde sé que me van a escuchar".
Al llegar a mi casa, no me apetece oír
la televisión ni la radio. Imagínense cuando suena mi
teléfono... me sobresalto. Solo hago una excepción,
con mi marido Gustavo. A él sí, le dedico toda mi atención.
Desde que llegué de Buenos Aires, estoy inapetente en cuanto
comentar temas de mi vida privada. Fue tan fuerte mi
último viaje, que me he quedado casi sin palabras.
Generalmente cuando las sensaciones abundan, cuando los
sentimientos positivos invaden todos los espacios... ocurre esto.
Las palabras
se transforman en aliento,
el aliento en un suspiro
el suspiro en un "te quiero"
y el "te quiero" llega al cielo
y vuelve a mí...
con el aroma
de una rosa,
que ha estado
en tu jardín.
Acabo de recitarles unos versos del poema "Metamorfloris"
que escribí hace unos cuantos años.
También vale recordar que yo nunca fui de mucho hablar,
sí en cambio de "mucho escuchar".
Mi naturaleza es contemplativa, como la de los santos y
los monjes, como la de cualquier alma
que se dedica
a conocerse
así misma.
Sindi
2 Ciudadanos del Mundo:
Muchos besos Sindi!!!!! :-)
Hola poetisa! Mi abuelo hizo el camino inverso al tuyo. Partió de Asturias y vino a la llanura pampeana.
Un saludo
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